1.- Las plazas están llenas de gente cabreada, pero educada. Eso es una novedad en España. La gente educada no se cabreaba y la cabreada no solía estar/ser educada. La inversión en educación durante los últimos ¿20? ¿30? años ha propiciado una remesa de personas de clase media tan alejadas del boinismo rural y el macarreo urbano, como del estiramiento "del casino provinciano" (que dijo Machado) y el rancio abolengo. Son abogados que hacen pizzas, médicos que venden champú y filólogos que sacan perros a hacer deposiciones. Evitan los bandos y las banderas. Reniegan del modus operandi democrático, que, a su entender, es a la democracia real, lo que la publicidad a la crema regeneadora: algo que oculta más que muestra.
Sus ídolos no tienen rostro, no dan discursos, no deben favores a donantes de sus campañas; escriben anónimamente mensajillos en 140 caracteres.
Es la generación de la pleisteichion, Bart Simpson y el adsl, que habla más idiomas que ninguna otra anterior, que investiga si le dan dinero y trabaja a cambio de calderilla, que ha ganado el mundial de fútbol, Roland Garrós, Wimbledon y un Oscar, y que está cansada de que apoltronados de izquierda y derecha vayan por las tertulias hablando condescendientemente de ellos.
2.- Ha renacido el gusto por el apotegma. Las calles están repletas de frases contundentes, twitterianas, wildeanas, sesentayochescas. He aquí algunas:
"Violencia es cobrar 600 euros" / "Yes, we camp" / "No hay pan pa tanto chorizo", etc.
3.- Praga, París, El Cairo... La primavera siempre acaba llegando, pero hasta el cuarenta de mayo, ya se sabe: no se sabe.
4.- ¿Y la de gente que estará ligando en estas acampadas? Dentro de doce años no me extrañaría encontrarme en la lista de 2º C con un Twitter González.
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