23.10.11

El hallazgo de Ícaro


La semana pasada estuve hablando en clase de Literatura Universal de este mismo asunto: el mito y el logos. Es una división que anda dando vueltas por el pensamiento occidental desde hace siglos. Cuentan mis compañeros de filosofía que los primeros filósofos derrocaron el pensamiento mítico, que explicaba el mundo a base de historietas inverosímiles de dioses metamorfoseantes, bajadas a los infiernos, diosas que surgían desnudas de conchas espumosas, hijos que arrancaban los testículos a sus padres, fortachones que abrían canales entre los mares de un mazazo, etcétera. Llegó Sócrates y se puso a hacer preguntas incómodas. Luego vinieron Platón y Aristóteles y ya fue el triunfo de la razón, del discurso ordenado, de las fórmulas, de las ecuaciones de segundo grado, del estructuralismo y de las batas blancas.
Pero el mito resistió. Se escondió en la literatura (Hamlet-Orestes), en el cine (Superman-Hércules), en las leyendas urbanas (virus troyanos), en el deporte... En algunos de estos lugares se difuminó su significado y llegó a convertirse en sinónimo de "algo o alguien importante". Maradona es un mito, el álbum blanco de los Beatles es un mito, la mítica frase que dijo tal o cual general o dirigente político... Paralelamente la palabra se deslizó hacia el campo semántico de la falacia: "Eso de que Elvis está vivo es un mito, no está demostrado (científicamente)".
Y así hasta ahora, en que la tierra que parió los mitos clásicos, Grecia, está sufriendo una crisis económica no sé si "mítica", pero sin duda real e incuestionable.
Todos conocen la historia de aquel muchacho insolente que voló hacia el sol con sus alas de cera y que pagó su atrevimiento con la caída. Pues bien, un diario alemán acaba de encontrar a Ícaro entre los contenedores de basura de Atenas. Olga Onassis, perteneciente a una familia que habitó los olimpos del dinero y la fama, anda rebuscando ropa y tomates caducados, sobreviviendo con trescientos euros mensuales, tras perder la asignación familiar en una serie de pleitos y recortes de su sobrina.
Estarán de acuerdo conmigo los más lógicos economistas de Harvard que este mito explica mejor la realidad que muchos logos, gráficos y seminarios.

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