14.7.11

Una entrada de Paralelo 36º


Copio aquí una entrada del blog Paralelo 36º para que no tengan ustedes que pinchar siquiera.

Otro paralelismo encontrado al azar

Cuando venía hacia acá a principios de julio hice escala en Roma durante unas horas. Como casi siempre ocurre en esas situaciones acabé entrando en una librería y comprándome un libro. En este caso fue 101 storie zen, editado por Nyogen Senzaki y Paul Reps (Adelphi Edizioni, Milano, 2011). Se trata de una colección de anécdotas y cuentos relacionados con las enseñanzas del zen. Pues bien, anoche leí esta historia que me dejó totalmente sorprendido por las razones que después explicaré (a muchos les pasará como a mí cuando avancen en la lectura). Traduzco de manera muy libre del italiano:

“En un monasterio del norte de Japón vivían dos monjes, uno viejo y el otro joven, que sólo tenía un ojo. Un día llegó un monje errante y se entrevistó con el monje joven. A continuación se entrevistó con el viejo y le dijo:

--Vuestro joven compañero es muy inteligente.

A lo que el viejo replicó:

--¿Por qué decís esto?

--Le enseñé un dedo refiriéndome a que Buda es el iluminado y el me enseñó dos dedos, que quería decir, Buda y su enseñanza. Luego le mostré tres dedos, que significaban Buda, su enseñanza y sus seguidores. Él me mostró el puño y me lo puso cerca de la cara, indicando así que los tres derivan de una sola realidad. En verdad me ha vencido en la discusión sobre temas de doctrina.

El monje viejo se entrevistó a continuación a solas con el joven monje tuerto y le preguntó por su versión de la disputa y ésta fue su respuesta:

--Él me enseñó un dedo indicándome que yo sólo tengo un ojo. Como es un invitado y con ellos hay que ser educado, yo le enseñé dos dedos para mostrar mi alegría por que él tuviera dos. Luego alzó tres dedos, como diciendo que entre los dos teníamos sólo tres ojos. Entonces yo me enfadé y fui a darle un puñetazo, pero él escapó y así terminó la disputa”.

No salía de mi asombro conforme iba leyendo el relato, pues me recordaba otro que había leído hace años siendo estudiante de bachillerato. Se trata de la disputa de los griegos y los romanos que aparece en las primeras páginas del Libro de Buen Amor (del cual, por cierto, ya hablamos en otra ocasión en este mismo blog). Copio el texto del Arcipreste (en versión modernizada) para que ustedes saquen sus conclusiones:

Aquí se habla de cómo todo hombre entre sus cuidos se debe alegrar y de la disputa que los griegos y romanos una vez tuvieron.

Entiende bien mis dichos y piensa en la sentencia;
no me acontezca contigo como al doctor de Grecia,
con el rival romano y su poca sapiencia,
cuando demandó Roma a Grecia por la ciencia.

Así fue que lo romanos las leyes no tenían,
las fueron a demandar a los griegos que las tenían,
respondieron los griegos que no las merecían,
ni las podrían entender, pues que tan poco sabían.

Pero que si las quisieren para por ellas usar,
que antes les convenía con sus sabios disputar,
para ver si las entendían y las merecían llevar:
esta respuesta hermosa daban por excusar.

Respondieron los romanos que les placía de grado:
Para la disputa pusieron pleito firmado;
mas, porque no entendieren el lenguaje no usado,
que disputasen por signos y por señas de letrado.

Pusieron día sabido todos por contender;
fueron romanos en cuita, no sabían que hacer
porque no eran letrados ni podían entender
a los griegos doctores ni a su mucho saber.

Estando en su cuita, dijo un ciudadano
que tomasen un ribaldo, un bellaco romano;
según Dios le demostrase hacer señas con la mano
que tales las hiciese: fuesen consejo sano.

Fueron a un bellaco muy grande y muy ardid;
Le dijeron: ¡Nos habemos con griegos en combatir
para disputar por señas; lo que tú quisieres pedir

y nos hemos de dártelo; excúsanos de esta lid!


Le vistieron muy ricos paños de gran valía,
como si fuese doctor en filosofía;
subió en alta cátedra, dijo con bravuconería:
¡De hoy más vengan los griegos con toda su porfía!

Vino ahí un griego, doctor muy esmerado,
escogido de griegos, entre todos loado
subió en otra cátedra, todo el pueblo juntado,
y comenzó sus señas como era tratado.

Se levantó el griego, sosegado, de vagar,
y mostró sólo un dedo que está cerca del pulgar,
luego se asentó en ese mismo lugar;
se levantó el ribaldo, bravo, de mal pagar.

Mostró luego tres dedos contra el griego tendidos:
el pulgar con otros dos que con él son contenidos,
en manera de arpón los otros dos encogidos;
asentase el necio, catando sus vestidos.

Se levantó el griego, tendió la palma llana
y se sentó luego con su memoria sana;
se levanta el bellaco con fantasía vana,
mostró puño cerrado: de porfía había gana.

A todos los de Grecia dijo el sabio griego:
¡Merecen los romanos las leyes!, no se las niego.
Se levantaron todos con paz y con sosiego;
gran honra tuvo Roma por un vil andariego.

Preguntaron al griego qué fue lo que dijera
por señas al romano y qué le respondiera.
Yo le dije que hay un Dios; el romano dijo que era
uno en tres personas, y tal seña me hiciera.

Yo le dije que era todo a su voluntad;
Respondió que en su poder tiene el mundo y dice la verdad.
Desde que vi que entienden y creen en la Trinidad,
Entendí que merecieren de leyes eternidad.

Preguntaron al bellaco cuál fuera su antojo;
¡Me dijo que con su dedo me quebraría el ojo!
De esto tuve un gran pesar y tomé gran enojo,
le respondí con saña, con ira y con cordojo

que yo le quebrantaría ante todas las gentes
con dos dedos los ojos, con el pulgar los dientes;
me dijo luego a propósito de esto, que le parase mientes,
que me daría gran palmada en los oídos retinientes.

Yo le respondí que le daría a él una tal puñalada,
que en tiempo de su vida nunca la viese vengada;
desde que vio que la pelea tenía mal aparejada,
se dejó de amenazar de no se lo precian nada.

Espero que, a pesar de algunas palabras incomprensibles incluso para los españoles actuales, se haya entendido el contenido global de la parábola. Me pondré a investigar el camino que ha recorrido esta historia para llegar a los dos extremos del continente euroasiático (España y Japón). Sospecho que el origen está en la literatura india, sobre todo en el Panchatantra, una colección de cuentos que llegó a Europa en la Edad Media por medio de los árabes, y que se tradujo al castellano en la corte de Alfonso X con el nombre de Calila y Dimna. El recorrido hacia oriente lo desconozco, pero no me extrañaría que hubiera llegado en alguna de las sucesivas oleadas de eruditos budistas que difundieron la doctrina en el extremo oriente, incluido, por supuesto Bodhidharma. Así que con este descubrimiento azaroso se revela que la comunicación entre los pueblos no es algo exclusivo de la época actual ni de la globalización. Las ideas viajarían a pie o en camello o en pequeños barcos de vela, pero, sin duda, se movían y recorrían el mundo igual que ahora lo hacen los correos electrónicos y las retransmisiones deportivas.


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