11.7.11

El país del sol hiriente


En Kioto hace mucha/-o calor en verano. Dicen que porque está lejos de la costa. Es lo que hay que aguantar por estar a salvo de los tsunamis. En Málaga pasa algo parecido. Si te vas a la costa hace fresquito, pero corres el riesgo de que te arrastre una ola de bronceadores, suecos y orcas de gomas.
También aquí los telediarios llenan su tiempo con imágenes de gente sudando por las calles, como si no hubiera algo más interesante que contar.
Ahora vienen las diferencias. Para los japoneses la exposición al sol es perniciosa. Ni sol naciente, ni que la diosa del sol Amaterasu sea la antepasada de los emperadores... ni caso. Caminan bajo unas sombrillas con encajes homologadas que recuerdan los paseos de las señoras decimonónicas de las zarzuelas. Cuando van en bici, lucen amplios sombreros y esas cosas de tela que empiezan donde terminan los guantes y acaban en el codo y que no sé cómo se llaman. Y luego están los protectores factor trescientosypico y los árboles y las marquesinas y los templos y los centros comerciales. Todo antes que ponerse al alcance de los rayos solares. Las playas, por supuesto, desiertas. Ayer vi en televisión a tres niños y cuatro padres en la orilla de algún sitio, vestidos y como de paso. Chapoteaban en la orilla, hacían kanjis en la arena...
En septiembre muchos/-as (h)ojearán revistas en la sala de espera del dermatólogo y querrán haber sido japoneses en verano.

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