18.10.12

Sustitutos

Los seres humanos somos tan imperfectos.  Nos enfadamos y encaprichamos sin demasiadas razones, se nos pegan las sábanas, envidiamos, olvidamos las llaves encima del piano, bostezamos, enfermamos...  Por eso quizá siempre hemos buscado superarnos de verdad (reflexionando, apuntándonos a un gimnasio, ingresando en órdenes religiosas o políticas...) o de mentira, es decir, creando seres humanos perfectos en la literatura, el cine, el cómic, la pintura o la escultura.
A veces, llegando un poco más lejos, sustituimos a las personas por muñecos antropomorfos.  Quizá el más famoso sea la muñeca hinchable con la que torpemente practicó mi compañero Henry Wilt en aquella hilarante novela. Ahí está también el maniquí del que se enamoró Michel Piccoli en Tamaño natural de Berlanga.
En estos días cunde la costumbre de colocar mujeres-humanoides de goma, silicona o cartón piedra en el asiento del copiloto para poder usar el carril Bus-VAO de la A6 de Madrid.
Esas silentes parejas son ideales para ciertas cosas, pero supongo que se convertirán en un estorbo al llegar al trabajo.  Dejarla todo el día en el aparcamiento puede despertar las sospechas de los guardias de seguridad y resulta inhumano incluso para un maniquí.  Este truco fue precedido por bebés altamente realistas que ya no colaban para la Benemérita.
El siguiente paso será contratar a personas de hueso y carne para que simplemente acompañen, se vayan a dar una vuelta toda la mañana y luego regresen con el conductor al punto de origen.
Ya de camino podrían aprovechar para que hiciera algunas compras.  Si la cosa va bien, la sustituta podría preparar la comida a la vuelta y, ya puestos, dormir en casa.  Con el tiempo, quién sabe, podrían congeniar y por azar, prisas y necesidad acabar formando una familia de verdad, con sus crisis, sus aniversarios y sus niños jugando en el salón de casa con muñecos perfectos.

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