11.5.12

Zen y bachillerato

Llegadas estas fechas del florido mes de mayo, me toca hablar y explicar desde hace un par de años El guardián entre el centeno. Esta novela mítica que llevaba en el bolsillo el que disparó a Lennon y que idolatraban un par de asesinos más es una obra maestra.  Y no lo digo yo, lo dice media Norteamérica y medio mundo.  La otra media dice que es un engendro abominable, una vulgar depravación del american dream, obra de un misántropo pijo de Park Avenue, machista, misticoide e hijo de un judío que vendía queso kosher.
Es uno de esos libros que se leen con un interés injustificado, porque apenas pasa nada.  Es reiterativo, pierde el hilo de la narración, carece de principio propiamente dicho (in medias res) y de final... Es un desastre, como la vida misma.  Pero bajo su aparente dejadez estilística y estructural subyace (dicen los críticos y digo yo) una filosofía más o menos zen. Zen en el sentido de que se afrontan las cosas tal como son, en un afán deliberado de cercenar cualquier intento de trascendencia o interpretación. El momento más zen de todo el libro (esto ya es una opinión mía) es la conversación que Holden Caulfield mantiene con un taxista:

—Oiga, Howitz —le dije—. ¿Pasa usted mucho junto al lago de Central Park?
—¿Qué?
—El lago, ya sabe. Ese lago pequeño que hay cerca de Central South Park. Donde están los patos. Ya sabe.
—Sí. ¿Qué pasa con ese lago?
—¿Se acuerda de esos patos que hay siempre nadando allí? Sobre todo en la primavera. ¿Sabe usted por casualidad adonde van en invierno?
—Adonde va, ¿quién?
—Los patos. ¿Lo sabe usted por casualidad? ¿Viene alguien a llevárselos a alguna parte en un camión, o se van ellos por su cuenta al sur, o qué hacen?
El tal Howitz volvió la cabeza en redondo para mirarme. Tenía muy poca paciencia, pero no era mala persona.
—¿Cómo quiere que lo sepa? —me dijo—. ¿Cómo quiere que sepa yo una estupidez semejante?
—Bueno, no se enfade usted por eso —le dije.
—¿Quién se enfada? Nadie se enfada.
Decidí que si iba a tomarse las cosas tan a pecho, mejor era no hablar. Pero fue él quien sacó de nuevo la conversación. Volvió otra vez la cabeza en redondo y me dijo:
—Los peces son los que no se van a ninguna parte. Los peces se quedan en el lago. Esos sí que no se mueven.
—Pero los peces son diferentes. Lo de los peces es distinto. Yo hablaba de los patos —le dije.

La pregunta con que se inicia la conversación es casi un koan, un enigma de los que se sirven los maestros zen de la secta Rinzai para despertar la iluminación del aprendiz. El más famoso koan es aquel que reza: "¿Cómo suena una palmada con una sola mano?". El absurdo de las propuestas de los grandes maestros zen, desde Bodhidarma (Daruma para los japoneses), provoca una ruptura de la lógica "normal" y abre la mente del que busca la verdad que hay más allá de las palabras y las opiniones.
La historia, las conversaciones, las actitudes del personaje narrador son propias de alguien que persigue trascender la realidad, porque, como el escritor, está de vuelta de todo o, como el personaje, acaba de abandonar la infancia y el mundo se le presenta como un enigma sin respuesta. Tanto monta.
Espero que la semana que viene, cuando cuente esto en clase, no explote la cabeza de ningún alumno.

1 comentario:

Ana María dijo...

Mucha suerte y que los ilumine la novela y el maestro. Agur