10.4.11

Amor vacui


En tiempos del Barroco cundió por las artes (y la vida) el horror vacui. No había pared en blanco, columna sin retorcer, palabra sin estrujar con múltiples significados e interpretaciones, obra de teatro sin obra de teatro dentro y cuadro que no tuviera uno, dos, tres u ochenta cuadros en su interior. Temer al vacío, huir de lo simple, abominar del equilibrio y la normalidad, tales eran las pautas vitales y artísticas de aquellos hombres y mujeres.
Y tres cuartos de lo mismo está pasando ahora. Llenamos nuestro mundo de historias (en papel, en celuloide, en digital), de noticias importantísimas que mañana nadie recuerda, de redes que nos atrapan, de cotilleos infundados sin fin, de días internacionales de esto y de aquello, de citas, compromisos y clases de yoga, de bolis de propaganda, de películas-que-bajamos-y-nunca-vemos...
Pero hay momentos en los que echamos de menos el silencio, el vacío y la soledad. Entonces el más laico se mete en una iglesia y el más ciberadicto se tumba en una playa a oír las olas y las avionetas de publicidad sin leer sus largos carteles de discotecas. Los hay que dejan el plató de televisión por un huerto, como dice que hizo (pero no hizo) Fray Luis de León (este famoso poeta cantaba las alabanzas del campo, pero andaba metido hasta el cuello en trifulcas académicas que lo llevaron a prisión). Los hay que practican zen de cinco a seis martes y jueves. Los hay que se echan al monte a partirse los tobillos. Los hay que acristalan las terrazas y compran cortinas de un palmo de grosor. Los hay que terminan de escribir una entrada en el blog y se ponen a mirar el cielo azul vacío, evitando siempre, eso sí, la zona de aterrizaje y despegue del aeropuerto.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno, como siempre. Escribe más, sumimasen