7.1.11

Mineros


No sabemos lo que tenemos. Tenemos luz y agua en las casas. Tenemos vacaciones. Muchos (no todos, ahora menos) tenemos trabajo. Tenemos algo parecido a la salud, pero tenemos médicos que más tarde o más temprano casi siempre acaban curándonos.
Veo un reportaje sobre los mineros de Almadén y me dan risa y/o vergüenza propia nuestras quejas porque el ADSL no va a la velocidad que hemos contratado, porque no pudimos ir en el puente de la Constitución a Punta Cana, porque suben el IVA, porque bajan los sueldos...
Imaginen por un momento estar a cien o doscientos metros de profundidad durante diez horas, a lo largo de veinte años, inhalando el polvo del cinabrio, sudando y temiendo.
Es cierto que nosotros también tenemos nuestras minas y nuestros quebrantos. Están cavadas y apuntaladas con perplejidades y cabreos, conciencia e impotencia, deudas, errores y otros socavones del alma.
A veces bajamos (o nos precipitamos sin querer) a nuestros propios pozos. Paseamos por las galerías de nuestro ser. Tocamos las paredes de nuestra desdicha. Picamos sin mucha convicción en nuestras virtudes, esperando encontrar una veta de oro, carbón, coltán o diamante. Palpamos las lágrimas que destilan los maderos apulgarados. Notamos en el rostro el aire frío y viciado de nuestros arrepentimentos. Gritamos un nombre para ver si nos lo devuelva el eco, pero se lo queda y lo embosca en un laberinto sin héroe, hilo ni toros mutantes.
Al rato notamos que se acaba el aceite de la lamparilla y vemos un canario agonizando en una jaula. Es hora de salir. Miramos hacia arriba y vemos un punto de luz. Nos alzan. La luz se va haciendo más grande. Parece un círculo pero a medida que ascendemos cambia de forma. Al fin la reconocemos. Estamos salvados: es la televisión.
Continúa el reportaje sobre los mineros.

1 comentario:

D. Alcalá dijo...

Mi abuelo fue uno de ellos, y vaya historias para no dormir contaba... y lo mejor, que siempre con una sonrísa... no se si por recordar esos tiempos o por no volver nunca más allí.