11.3.13

El Romanticismo y el personal

Hace unos días tuve una experiencia didáctica especialmente interesante.  Hablábamos sobre las características generales del Romanticismo, periodo incomprendido donde los haya.  El respetable de hoy en día se piensa que los románticos fueron unos poetas más o menos pálidos, sumidos todo el día en penas de amor sin consuelo, que empezaban sus autoelegías con exclamativos como "oh" o "ah".  La vertiente antisocial y revolucionaria de Byron, Espronceda o Hölderlin queda eclipsada por los suaves lamentos becquerianos y acaba creyéndose que El Corte Inglés, los bombones y el día de San Valentín son muy "románticos", cuando la actitud más propiamente romántica consistiría en vomitar dichos dulces sobre la sección de perfumes de dicho establecimiento la noche, pongamos por caso, de Halloween.
Otra de las ideas que expliqué fue la de la inspiración, la del trance creativo, contrario a la racionalidad y al trabajo sistemático.  También salió a relucir el tema de la naturaleza, su gusto por las tormentas, los rayos, truenos, centellas y tempestades, que reflejaban a la perfección el alma atormentada de aquellos desengañados de la vida.  Y ahí estuvo el momento del que quería hablarles.  Escribí la palabra "tormenta" y mientras la cal se quedaba atrapada en la pizarra, caí en la etimología del adjetivo.   Les dije a mis alumnos:
--He aquí un ejemplo de análisis etimológico del máximo interés: de "tormenta", "atormentado".
Pero olvidé comentarles lo más interesante del asunto.  Esta "inspiración" me vino en medio del trabajo monótono, racional e interesado del funcionario profesor.  No mirando un atardecer inspirador, ni oyendo un piano o una campana en la lejanía, ni paseando por una ameno prado, ni junto a una cascada atronadora.  Como dijo Picasso, cuando llega la inspiración, siempre nos pilla trabajando.
Este es, en mi opinión, uno de los grandes daños que ha hecho el Romanticismo en la psique moderna: hacer creer a todo el mundo que solo los elegidos, los vates, los profetas, los poseídos, los poetas de luengas cabelleras y amores contrariados, los que huelen a almendras amargas según García Márquez, están en posesión del don de la creatividad.  Los demás somos meros mortales, burgueses, proletarios, asalariados, funcionarios, trabajadores por cuenta ajena, enajenados de lo sagrado, de lo divino, a los que solo nos resta sobre/malvivir, transitar sin pena ni gloria por este plano mundo de la chata realidad.  No como ellos, que retaban a los muertos y a los maridos y vivían deprisa, dejando tras sí un bonito cadáver.
Es misión del docente hacer ver/creer a los que caen bajo su tutela que la creatividad no solo no es exclusiva de los grandes genios que en el mundo han sido, sino que es casi una obligación, un instrumento que nos permite ir encontrando soluciones a los múltiples dilemas y encrucijadas que la vida nos coloca por delante.  No se trata de mirar al techo para escribir un soneto, se trata de hablar, pedir consejo, leer, informarse... para sacar dinero de debajo de las piedras, aprobar exámenes o, también por qué no, conquistar el corazón de una dama o un caballero, según el gusto de cada cual o cada cuala.

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