3.3.13

El papa y yo

Ignacio Ellacuría yace muerto tras el atentado de 1989.

La primera vez que supe del cardenal Joseph A. Ratzinger fue durante un coloquio celebrado en Málaga sobre comunismo y cristianismo, allá por el principio de los ochenta.  Los contertulios, entre los que estaba Ignacio Ellacuría, se despacharon a gusto con el Prefecto para la Congregación de la Doctrina de la Fe, que todos llamaban sin remilgos la Inquisición.  Yo, que apenas acababa de salir de la niñez, aquel apellido alemán solo me traía a la memoria un robot japonés que llenaba parte de nuestras tardes de ocio sabático.  Después de aquellas intervenciones me lo imaginaba como una especie de martillo de la fe, aplastando herejes rojos sudamericanos de la teología de la liberación.
Años más tarde, cuando oí su nombre después del "eminentissimum ac reverendissimum", me puse muy nervioso.  Me imaginaba que entrábamos en una especie de Edad Media posmoderna y que la Iglesia perdería ya totalmente la comba del tiempo.
Sin querer dármelas de teólogo, hay que recordar que las intervenciones de Benedicto XVI han ido en esta línea (intentar recuperar a los ultrarradicales de Lefebvre, preponderancia del catolicismo sobre otras iglesias cristianas, luchar contra el relativismo...).  Quiso poner un poco de orden en las tramas de poder vaticanas y en los escándalos de pederastia, pero no pudo.  Las reformas más simpáticas suyas van referidas a la mula, al buey y a los desorientalizados reyes magos, a los que ahora les pega más que se les canten fandangos.
Lo que sí me parece destacable es la renuncia.  Lo entiendo como un rasgo de humanidad que dignifica al hombre y mejora la institución de cara a la opinión pública general.  Tan extraña me ha parecido su salida como su entrada.
Me da la sensación de que los papas van intercalados. Uno de largo recorrido (Pablo VI) y otro brevissimum ac misteriosissimum (Juan Pablo I); Juan Pablo II y este teólogo exquisito.
¿Dará la Iglesia el salto "mortal" de elegir a un extraeuropeo como vicario de Cristo?   El primer papa lo era.  Y judío para más INRI. Y casado. En Mateo 8:14 sale hasta su suegra.

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